En cualquier maratón, empezamos a correr a partir del km 5, básicamente porque la aglomeración de gente y el espectáculo de la salida (música, aficionados…) hace del inicio más una fiesta que una verdadera carrera.
Y si en un maratón normal es así; en un maratón como el de Nueva York, todo se multiplica y podemos decir que hasta casi el km 8 no nos daremos cuenta que estamos corriendo. La marea nos llevará sin darnos cuenta y de repente habremos salido de Staten Island, cruzando el puente y nos adentraremos en Brooklin, un barrio que nos esperara ansioso por vernos correr.
Un barrio que recibe a la carrera con muchos grupos de rock tocando a todo volumen, grupos de Jazz que marcan ritmo a nuestras zancadas y llegamos al barrio Judío, donde el silencio es casi sepulcral (todo una manera diferente de animar)
Aunque no queramos,
estos barrios se pasan rápidos y prácticamente nos encontramos pasando la mitad
de la prueba.
Unos 4 km después de Brooklin, nos enfrentamos a la “primera agradable complicación”: QuennsBoro. El famosísimo puente icono del maratón y que une Queens con la isla de Manhattan en el que tendremos que superar su gran desnivel para cruzarlo.
Hemos superado la media maratón y estamos acercándonos a la línea de meta. Aunque nos falta superar “el muro”, ya estamos en casa.
¡Bienvenido a Manhattan!